A principios del siglo XI aparecen los distintos reinos Taifas. Sevilla y su tierra se convierten, por consiguiente, en uno de ellos, gobernado por al-Mutadid.
En 1063, Fernando I de Castilla y León realizó una incursión en tierras sevillanas incendiando numerosas aldeas cercanas a la metrópolis. Para no verse privado de su reino, al-Mutadid compró la paz a cambio de una renta anual.
Asimismo, reinando Sevilla al-Mutamid, hijo del anterior, se negó pagar el correspondiente tributo que le impusieron a su padre, por lo que Alfonso VI, hijo de Fernando I, saqueó e incendió los pueblos del Aljarafe, matando o cautivando esclavos musulmanes que no tuvieron tiempo de refugiarse en alguna plaza fuerte.
También entre mayo y junio de 1130, el rey Alfonso VII se lanzaba con su ejército por el camino que conducía a Sevilla, extendiéndose su caballería por todo el Aljarafe. Los almorávide salieron a su encuentro, pero la reacción de los castellanos fue muy rápida, consiguiendo que los musulmanes se retiraran en desorden y que en la huída muriera el gobernador de Sevilla.
Una nueva dinastía africana se cernía sobre Sevilla y su tierra, la de los almohade, que provenientes del norte de África fueron tomando posesiones a principios de 1147 (Tejada, Aznalcázar, el Aljarafe), camino de la ciudad hispalense. Ante el avance imparable de este nuevo pueblo musulmán, la gente se vio obligada a abandonar o mal vender sus posesiones, recayendo sobre ellos la miseria y la ruina.
Durante ochocientos años, la Península Ibérica estuvo ocupada por las huestes musulmanas. Éstas propagaron su fe y cultura por todos los lugares. Por la posesión de estas tierras lucharon, trabajaron, la decoraron con elegantes “vestiduras arquitectónicas”, realizaron unas redes de infraestructura pioneras en su época. Los mejores médicos, arquitectos, filósofos, etc., pertenecieron a esta civilización, en definitiva, se consideraban hijos de esta tierra, la amaron y se sacrificaron por ella.
Sin embargo, los cristianos, que desde los primeros momentos de la invasión árabe lucharon para expulsarlos de la Península, fueron conquistando territorios desde el norte de España. Así, desde el siglo XIII a los árabes sólo les quedaron los reinos Taifas de Andalucía y el Levante.
La toma de Sevilla fue pensada concienzudamente por el rey Fernando III, quien subió al trono en 1217. Este monarca que llagaría a ser proclamado Santo, después de conquistar Córdoba, Jaén y otras plazas, su interés estuvo puesto en Sevilla, ciudad bien defendida por inexpugnables murallas, que recibía sus víveres del fértil Aljarafe, y que dominaba el cauce del Guadalquivir con plazas fuertes colocadas a lo largo de su ribera.
Tal era la empresa del Rey, que se le unieron nobles, caballeros, órdenes militares, extranjeros atraídos por su fama, e incluso la jerarquía eclesiástica participó para el consuelo de las almas.
“El asedio de Sevilla se desarrolló a lo largo de más de dos años, en cuatro fases bien diferenciadas:
1ª.- En el otoño de 1246, tuvo lugar una expedición de tala y saqueo que alcanzó los campos de Carmona, Jerez y el Aljarafe.
2ª.- En la primavera de 1247 tiene lugar una nueva tala en los campos de Carmona, consolidándose el camino desde Córdoba por el río. Al mismo tiempo, remontan el Guadalquivir las galeras que Ramón Bonifaz traía desde los puertos cantábricos.
3ª.- Entre agosto de 1247 y febrero de 1248, los campamentos cristianos se situaron en Aznalfarache y Tablada, con la flota en aquella zona del río; Gelves fue arrasado y los habitantes de Triana hubieron de refugiarse en el castillo o en la ciudad. Ahora son frecuentes las escaramuzas entre ambos bandos a campo abierto.
4ª.- En marzo de 1248 logran los cristianos controlar todas las salidas y puertas de la ciudad, gracias a la llegada del infante Alfonso con numerosos refuerzos. Y en mayo, el almirante Bonifaz destruye el puente de barcas de Triana, provocando el bloqueo del río y el aislamiento de Sevilla con el Aljarafe”.
Efectivamente, como vemos en la fase tercera, el Rey dividió el territorio próximo a la ciudad en sectores, de forma que no quedase fisura por donde los ciudadanos de Sevilla pudiesen conseguir primeros auxilios, tanto en hombres como en productos de primera necesidad. Para ello, el monarca se instaló en el sector de Tablada, cuya misión era cortar toda provisión de alimentos a la ciudad para mermar sus fuerzas.
El sector del Maestre de Santiago, cuya finalidad era análoga a la del anterior; es decir, cabalgadas para quebrantar al enemigo y cercenar los alrededores, cortar el aprovisionamiento de la ciudad y proteger al de Bonifaz; era una posición peligrosa, por lo que pasaban refuerzos desde Tablada, algunas veces con el mismo Rey, y acampaban bajo Azanalfarache, cuyo castillo era inútil acometer, en la parte baja y lejos de su alcance.
Así nos lo expone Ortiz de Zúñiga:
“El día 20 de agosto, el ejército de San Fernando acampó en las llanuras que hay desde la ermita de San Sebastián hasta el río. De aquí, el maestre de Santiago con 270 caballeros atravesó el río a combatir el castillo de Azanlfarache, más viendo San Fernando que el número de caballeros era menor que los que se atrincheraban en el castillo, éste les mandó 300 caballeros más, con que pasaron a incorporárseles don Rodrigo Flores, don Alonso Téllez y Fernán Yánez”.
Carlos Ros difiere en el número de hombres que pasaron con Pelay Correa el río para hostigar a los moros, así como en el número de hombres que le facilita el Santo Rey. Veamos su relato:
“Pelay Correa atraviesa el río y se coloca con 280 freires y seglares santiaguistas a su margen derecha, casi a los pies mismos del castillo de San Juan de Azanlfarache, para preservar por ese costado la flota anclada en el río. Para apoyar esa posición, Fernando III le envía un refuerzo de 100 jinetes con los ricos hombres de Rodrigo Téllez y Fernando Yánez”.
Una vez situados los efectivos cristianos en la margen derecha del río, la siguiente operación consistió en reducir, tanto a las huestes que se encontraban en el castillo de Azanalfarache como a los habitantes de Gelves. Para ello, las fuerzas cristianas se concentran entre las dos zonas habitadas para cortarles el paso a los gelveños en su huída.
Prestémosle atención a varios historiadores sobre este momento crítico de nuestra historia:
-Julio González nos dice:
“Para despejar el campo, hicieron algunas operaciones, un día, el Maestre y los citados ricos-omes, fueron en cabalgadas con sus fuerzas contra Gelves; la tomaron al asalto, matando o cautivando a sus habitantes y llevando cuanto pudieron”.
-La crónica de Ortiz de Zúñiga, aunque escueta, es muy interesante por su contenido, ya que nos proporciona un dato que no debe pasar desapercibido, como es la existencia de armas y, por consiguiente, de alguna guarnición militar:
“El Maestre y sus auxiliares quedaron alojados en aquella banda, desde donde ganaron a Gelves, con rico botín de armas, cautivos y piezas”.
-Finalmente Carlos Ros nos aporta su versión de los acontecimientos; pero incluyendo datos novedosos, fundamentalmente relacionados con la defensa de esta villa:
“Los hostigamientos y celadas menudeaban en estos primeros momentos. Si levantaban la vista las tropas cristianas, sobre ellos tenían el castillo de Azanlfarache, y a sus espaldas el de Gelves. Ambos proporcionaban espolonadas que ocasionaban algunas muertes en el campamento cristiano”.
Después del duro esfuerzo vino la recompensa. Se negociaron las capitulaciones, acordándose la entrega de toda la ciudad:
“Libre y entera, con sus casas, mezquitas y fortificaciones, así como las tierras conquistadas con ella”.
Una de las condiciones fue que los moros “vaziasen la villa et ge la dexaran libre et quita”; es decir, sus habitantes tenían que evacuar la ciudad en el plazo de un mes, se les daría un salvoconducto para su seguridad a los que deseasen ir a Jerez y transporte por barco a los que quisiesen pasar a África; también se estableció, que los musulmanes emigrasen con sus bienes muebles y semovientes. Mientras tanto, los cristianos ocupaban el Alcázar, ondeando el 23 de noviembre la seña real de Fernando III desde sus murallas.
Sevilla y su tierra vuelven a ser cristianas. Se restablecen las distintas Vicarías que ya existieran al final de la época romana, nombrando el Santo Rey, como Arzobispo de la Diócesis de Sevilla, a su hijo, el infante don Felipe. Varios son los lugares que quedan como almacén del Rey; el cual, explotaría sus tierras por el medio que más le interesase.
“Lo que el Rey tomó para su almacén eran pocas, pero hermosas posesiones; la Algaba, Huévar, Gelves, Munataxarea, Borgceit, las islas de Captol y Captur, cien aranzadas de viñas en Sevilla a la puerta de Carmona, y la huerta de la Bohaira o Beniofar, o del Rey”.
Fue el propio príncipe don Alfonso, el primero en elogiar las excelencias del fértil valle del Guadalquivir, el cual le produce la impresión de estar descubriendo la captura de un granero que la de un reino; por lo que no es de extrañar, que el Rey se quedase con algunas posesiones como “almacén”:
“Era una tierra, en la que manaba leche y miel, superior a todas las otras regiones de España, en la abundancia de artículos exigidos por las necesidades de la vida: trigo, vino, carne, pescado y aceite, lo que se completaba con un clima perfecto”.
En el año de 1252, cayó enfermo San Fernando de hidropesía, se temió cercano el fin de su vida, y dotó magníficamente a la Santa Iglesia y Silla Arzobispal de Sevilla, dándoles los diezmos de la Diócesis y de los obispados de su provincia. Reservó tan solo para sí y sus sucesores el diezmo del olivar e higueral del Aljarafe y ribera de Sevilla.
El Rey fallece el 30 de mayo, y le sucede en el trono su hijo Alfonso X “El Sabio”.
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